sábado, marzo 29, 2014

Los insolados

No sé de quién vino, pero se escuchó decir:
-¡Por culpa del sol estamos envejeciendo! ¡Hay que apagarlo!
Todos estuvimos de acuerdo y armamos una inmensa cadena humana que flotaba en el aire y se prolongaba hasta ese disco dorado. Juntamos millones de baldes  y nos organizamos de la siguiente manera:
con la mano derecha pasábamos el lleno y con la izquierda recibíamos el vacío.
Sucedió que, el calor fue tan insoportable que los que estábamos en el extremo superior, cercano al sol, terminamos tomándonos la poca agua que no se había evaporado.
De repente surgió otra idea:
- ¡Hay que taparlo!
Todos nos pusimos a tejer una inmensa manta para cubrirlo y una vez que concluimos, intentamos colgarla de algún lado pero no había dónde fijarla. Si bien la pudimos mantener sostenida un buen tiempo y le dimos un poco de juventud a los de más abajo; el intento de  abulonarla contra el cielo fue todo un fracaso porque los fisher no se adhirieron.
Desesperados, surgió la magnífica idea de que el sol, como era viejo: debía funcionar con tapones. Nos pasamos un buen tiempo buscándolos para desenroscarlos pero, escaseó lozanía.
Nos vimos encorvados, malhumorados, desilucionados, resignados y opacáceos.
A la mañana siguiente, todos aparecimos arrugados.
De cara al círculo en llamas y antes de mi último parpadeo, lamenté no haberlo puesto sobre una mesada de mármol... ¡La diferencia de temperatura lo hubiera hecho trizas!.

jueves, marzo 27, 2014

Ahora no puedo amarte, tengo llevar a reparar el termotanque y después menos porque corto el pasto.

                                                                     Yo te amo.
                                                                    ¿Tu me amas?
                                                                 ¡A él también lo amaste!
 ¿Qué carajo tiene que ver eso con nosotros?
                                     ¡Al fin y al cabo, vos y los otros son todos iguales!
                                                                       Ellos se aman y se desaman fácilmente.
                                                     

martes, marzo 25, 2014

∞ Love

Yo vi una gringa  zamarreando a un flaco que era una cabeza más alto que ella.
Estaban en la vereda del Observatorio Astronómico de Córdoba, eso es lo que yo vi.
Pero no vi que Edgardo se pasaba todo el día y toda la noche estirando su ojo por el telescopio. Solía trabajar hasta los domingos; su vida se circunscribía a las contemplaciones no terrenales y a Liszt.
Yo no vi los auriculares encarnizados a sus oídos, tampoco vi su "pazión". Ni siquiera vi cómo la matemática ordenó sus huesos,  ni el sentido que le había encontrado a todo lo que observaba.
No, yo no vi  el verdadero amor que descubrió en el cosmos.
Sólo vi a Belén que, vehementemente, le pedía que la mirara.

jueves, marzo 13, 2014

Marlene, La Chinche

De repente, un coro de carcajadas apagó al mar.
Tropezando con las sombrillas y salpicando arena para todos lados, apareció un ser grotesco que llevaba puesto un traje de baño de una sola pieza y los bracitos inflables de "Marlene, la Chinche".
Al instante reconocí, detrás de varias capas de protector solar, al "Mostro Gómez".
Pero esta vez no iban a distraerme sus estupideces, así que, mientras los demás se burlaban de él, yo intentaría dilucidar el sainete.
Tomó envión y se tiró de panza cuando la ola se retiraba de la costa. Se dio de lleno contra la arena húmeda. La gente comenzó a sacarle fotos y a filmarlo; estaba otra vez dando un espectáculo.
Él ni se inmutó, levantó los brazos y cual competidor de natación se preparó para un clavado (mortal).
Yo encajé mi vaso en la arena, me levanté de la reposera y de brazos cruzados...descubrí lo inimaginable: ¡El Mostro no tenía sombra! ¡Prácticamente se me llenaron los ojos de lágrimas! Busqué ratificar mi hallazgo en su mirada pero creo que se sintió desenmascarado y canceló su salto para salir corriendo por entre los espectadores.
Obviamente lo seguí.
Salió de la playa y comenzó a zigzaguear por entre los autos; lo perdí de vista unos segundos hasta que vi algo parecido a él metiéndose dentro de un bar de medio pelo.
Estaba apoyado sobre la barra tomando una cerveza. Ahora vestía  un impermeable y un sombrero de ala ancha negros.
Le toqué el hombro...y...¡Su mirada me atemorizó! ¡Fue una mirada entoldada!
En el acto comencé a refregarme los ojos y a sentir cierta salinidad en mis labios.
Mi panza apareció sobre la arena húmeda y un cúmulo de gente se mofó de mis flotadores de "Marlene, la Chinche".
Antes de salir corriendo desesperadamente,  y de tropezar con sombrillas y conservadoras, detecté
entre todos los dedos índices, a un "Mostro Gómez" que, sentado en una reposera, bebía socarronamente un trago de mi agrado.