miércoles, octubre 19, 2011

C.C. Podestá

Cuando entré a la casa de C.C. Podestá, él estaba colgado del techo boca abajo. Tenía en los pies unas ventosas que le permitían mantenerse en esa posición.
Mientras su rostro pasaba rápidamente del colorado al morado, me dijo:
"Beto, nunca se sabe cuándo tendremos que caminar por los techos, hay que estar preparado".
C.C. Podestá, siempre tuvo excentricidades. Recuerdo que una vez se fracturó adrede el brazo derecho para poder escribir con la mano menos hábil.
Otra vez: se pasó años recostado boca arriba con los dedos de las manos entrelazados. La teoría era la siguiente:
"...la reencarnación existe, pasa que volvés al mismo cuerpo y como vas a estar dentro de un cajón a metros del suelo, no sirve desesperar. Mejor acostumbrarse a una posición cómoda porque morirás otra vez y aparecerás en el mismo lugar indefinidamente, si no practicás podes hasta perder el juicio ahí dentro..."
En ese instante, no pude quedarme callado y lo ataqué con la siguiente pregunta:
¿Qué sucede con los que son cremados?
C.C. Podestá, me respondió: "...no todo tiene respuesta, te podés volver loco si pensás lo contrario, ojo con eso..."
Luego de semejante revelación, sucedió lo siguiente:
Algo golpeó con fuerza mi cabeza y al abrir los ojos, en frente y dentro de la bañadera estaba C.C. Podestá ridículamente vestido con uno de esos trajes de baños antiguos: camisa-pantalón.
"No te muevas, podés matarte...", me dijo muy serio.
"La cosa es así, tengo que volver a no utilizar mis pulmones. Pronto volveremos al agua ¡Como los bebés! Hoy necesito llegar a los 34 minutos y alguien me tiene que retener ahí debajo, pase lo que pase".
Consternado pude observar que a mi alrededor había montado una concatenación macabra. Si llegaba a moverme, aparentemente a C.C. Podestá una polea le quitaba las pesas que tenía encima de su pecho, pudiendo salir a la superficie. Al salir a la superficie otro mecanismo se ponía en funcionamiento y entre otras cosas, una cuchara terminaba golpeando el pestillo de un revolver que apuntaba directo a mi cabeza.
"Cuando suene ese despertador, podrás hacer lo que quieras..." me dijo mientras tomaba una enorme bocanada de aire y se sumergía.
Lo que viví fue un verdadero espanto, fueron los 34 minutos más largos de mi vida.
No tiene sentido ahondar en detalles morbosos pero sí es mi obligación aclarar que C.C. Podestá peleó, como nunca fui capaz de pelear, por mi vida.