jueves, octubre 11, 2012

Ocho sapos


Habrá comenzado alrededor de las 23 horas.
La cocina de mi departamento tiene un ventanal que "dal" complejo turístico "El Edén", más precisamente al salón de usos múltiples o de juegos múltiples, que, hasta ese día, nunca estuvo en funcionamiento hasta altas horas de la noche.
Luego de mi baño habitual, y como es costumbre, cubrí mi cabeza con un toallón y con otro oculté mis pechos y el cuerpo; después asenté mi culo en una silla y ocupé otra para mis patas. La idea era pintarme las uñas de los pies de distinto color a la de las manos; plan que tuve que desestimar ante la impreinvisibilidad.
Pude observar cómo un hombre  de unos treinta y pico, valiéndose de un equipo de música, una bolsa y un taco, se preparaba para jugar al pool en el salón.
Quizás era algún pariente del propietario del complejo o quizás le pidió autorización al encargado con la promesa de comportarse decentemente.
Lo cierto fue que, acomodó todas las bolas dentro del triángulo, sacó un vino, puso música y  rompió juego.
Lo sentí solo pero entusiasmado.
Poco a poco comenzó a soltarse; cantaba algunos temas  y hasta festejaba los tiros apretando los puños como si tuviera en frente a su más acérrimo contrincante.
Debo admitir que, su aparente gozo, comenzó a  incomodarme.
Me levanté bruscamente y sin querer o quizás inconscientemente, se desató el toallón (no el de la cabeza) y quedaron expuestas mis partes pudendas.
En ese instante, él miró con impasibilidad, es más, tuve la impresión de que en realidad fijó su vista en el crisantemo que estaba colgado en la pared. Me sentí terrible, no por el hecho del descuido, sino por la
tremenda apatía en su mirada y la falta total de deseo.
Opté por apagar todas las luces y espiarlo desde la penumbra.
A medida que pasaron las horas y el alcohol se apoderaba de su cuerpo, él disfrutaba más y más su retraimiento.
Lanzó varias risotadas cada vez que pifiaba y  se mandó un carcajadón que casi le cuesta  un pantalón orinado y un vidrio, todo por querer picar la bola blanca por encima de la negra.
Eso, por algún motivo que desconozco, me encolerizó. ¡No podía creer que un sábado por la noche, alguien se divirtiera, prescindiendo por completo del mundo!
Entre pitos y flautas... ganaron las lisas a las rayadas 5 partidos a 4, hubo bailoteos  patéticos de pelvis cada vez que sonaba un tema de su agrado e idas y retornos al baño con la bragueta y el cinto desabrochados.
Puso el taco contra la pared y pasó al sapo; sacó las fichitas  de la bolsa y... ¡8 sapos! ¿Cómo un tipo puede hacer 8 sapos estando en pedo? y luego... ¿Cómo se puede jugar al ping pong solo? ¡Corrés como un animal! ¿Qué tiene de interesante? No me lo explico.
Finalmente...después que cagó (se demoró mucho más de lo habitual en el baño), volvió y se acostó sobre su mesa de pool y ahí quedó tendido, un largo rato. Tomó una bola que había quedado en la mesa y sin levantar la mejilla del paño verde, la hizo rebotar contra la baranda para que volviera hasta su mano. ¡Una y otra vez, una y otra vez!... hasta que...imprevistamente se levantó, agarró el equipo de música, las botellas vacías, el taco, el triangulito; guardó en  la bolsa las bolas, las fichitas del sapo (que habían quedado desparramadas por el piso), las paletas y la pelotita de ping pong ; apagó las luces, cerró la puerta del salón y...con una tremenda aflicción, retornó (sensatamente) a nuestro maravilloso mundo.





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