sábado, marzo 29, 2014

Los insolados

No sé de quién vino, pero se escuchó decir:
-¡Por culpa del sol estamos envejeciendo! ¡Hay que apagarlo!
Todos estuvimos de acuerdo y armamos una inmensa cadena humana que flotaba en el aire y se prolongaba hasta ese disco dorado. Juntamos millones de baldes  y nos organizamos de la siguiente manera:
con la mano derecha pasábamos el lleno y con la izquierda recibíamos el vacío.
Sucedió que, el calor fue tan insoportable que los que estábamos en el extremo superior, cercano al sol, terminamos tomándonos la poca agua que no se había evaporado.
De repente surgió otra idea:
- ¡Hay que taparlo!
Todos nos pusimos a tejer una inmensa manta para cubrirlo y una vez que concluimos, intentamos colgarla de algún lado pero no había dónde fijarla. Si bien la pudimos mantener sostenida un buen tiempo y le dimos un poco de juventud a los de más abajo; el intento de  abulonarla contra el cielo fue todo un fracaso porque los fisher no se adhirieron.
Desesperados, surgió la magnífica idea de que el sol, como era viejo: debía funcionar con tapones. Nos pasamos un buen tiempo buscándolos para desenroscarlos pero, escaseó lozanía.
Nos vimos encorvados, malhumorados, desilucionados, resignados y opacáceos.
A la mañana siguiente, todos aparecimos arrugados.
De cara al círculo en llamas y antes de mi último parpadeo, lamenté no haberlo puesto sobre una mesada de mármol... ¡La diferencia de temperatura lo hubiera hecho trizas!.