jueves, mayo 31, 2012

Júpiter

Todo el barrio siempre quiso saber qué fue de la vida de Federico Favaro, al que lo tildaron de faltarle varios caramelos en el frasco por decir siempre que:"... lo peor que le pudo haber pasado al ser humano fue aprender a hablar...". Consecuentemente...ni bien me enteré de su inexistencia, no pude comunicarlo.
Por esa puta casualidad que tiene la vida, me encontré cara a cara con él, o con algo parecido.
Resultó que me recibí de biólogo y toda esa mierda. Fiesta, fotitos, etc. Luego me casé con Brenda, sexo, preservativo, sexo, preservativo roto y nació Juan Carlos. Me separé de Brenda y me junté con Lucía, Lucía con 2 hijos (el más chico un pelotudo bárbaro). Lucía no se bancó mis viajes por el mundo y yo no me banqué su olor a pata. Lucía salió y entró, como centro pechadora: Melina. Con Melina no tuve mayores problemas. Inclusive me regalópara mi cumpleaños un viaje a Nueva Guinea. Bah, un regalo para dos personas. Desde siempre ese fue mi lugar predilecto para poder apreciar todo tipo de organismos.
Ahí  fuimos.
Cuando estábamos en la expedición, atravesando la tupida selva; detrás de un Corymbia Tesselaris se apareció una criatura en bolas. Con las piernas flexionadas daba brincos y aullaba como los monos y se nos aproximaba.
La primera reacción fue pensar que alguien le había pagado para que el paseo fuera más interesante pero al ver el rostro del guía comprendí que no se trataba de una farsa.
Se acercó demasiado y comenzamos a sentirnos incómodos. Quedamos paralizados. Ese proyecto de ser humano  le olió el culo a Melina. Y a mí y al guía, los huevos. Se ve que algo no le gustó porque su rostro se tornó amenazante y sin previo aviso comenzó a chillar y orinar sobre mis botas.
Nos reímos por la situación y eso lo puso más loco. El guía cargó su escopeta y el salvaje se arrojó encima mío, me enroscó con sus patas y tomándome la cabeza bien firme, comenzó a morderme la boca.
No tenía forma de quitármelo de encima. La situación se tornó desesperante. Melina gritaba y zapateaba al mismo tiempo. El guía apuntaba esperando la ocasión justa, que llegó cuando logré darle una pedrada en la oreja, ahí me soltó y recibió un certero escopetazo en el pecho.
Milena se largó a llorar. El guía corroboró que no tuviera pulso y yo reconocí a Federico Favaro bajo una frondosa barba. No pude decir nada inteligible, el animal se había comido un gran trozo de mi lengua.




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